Fenosistema y criptosistema en el paisajismo terapéutico

¿Sabías que en cada jardín terapéutico existen DOS realidades paralelas que determinan su éxito o su fracaso?

Te cuento una situación imaginaria me pasó hace poco. (sí es una historia inventada para ilustrar el tema)

Estaba visitando un hospital que había invertido una fortuna en su “jardín terapéutico”. Todo se veía perfecto: plantas hermosas, bancos cómodos, colores intensos. Pero algo faltaba. Los pacientes lo usaban poco y cuando lo hacían, no se quedaban mucho tiempo.

¿Sabes qué estaba pasando? Habían diseñado solo para lo que se ve, ignorando completamente lo que no se ve pero que igual existe y funciona.

Aquí entran en juego esas dos realidades paralelas de la pregunta inicial.

Imagínate que estás tomando un café conmigo en ese jardín. Lo que notas inmediatamente es el color de las flores, el sonido de una fuente, el aroma a tierra mojada, la textura de una hoja, eso es el fenosistema. Es la experiencia sensorial directa, la capa superficial y evidente del paisaje.

Pero mientras conversamos, hay una sinfonía invisible en plena ejecución. Bajo nuestros pies, una red de microorganismos procesa nutrientes. Dentro de los tallos, fluye la savia en un sistema circulatorio perfecto. Las raíces establecen complejas redes de comunicación subterránea. Eso es el criptosistema, la realidad oculta, la lógica biológica que sostiene todo lo que vemos y tocamos.

¿Por qué te cuento esto?

Porque el verdadero poder terapéutico no reside solo en un sistema, sino en el puente que construimos entre los dos. Cuando logras que las personas no solo SIENTAN un espacio, sino que también COMPRENDAN y participen de los procesos invisibles que lo hacen funcionar, la conexión se vuelve transformadora.

Volviendo al hospital imaginario… ¿qué haríamos? Dejaríamos de tratar el jardín como un objeto de contemplación y empezaríamos a revelar sus secretos.

Instalaríamos composteras con ventanas de cristal para observar el milagro de la descomposición. Crearíamos estaciones de raíces en contenedores transparentes para seguir su crecimiento diario. Enseñaríamos a identificar bioindicadores, como las lombrices, que les decían “el suelo bajo tus pies está vivo y sano”.

De repente, todo cambiaría (eso es lo de esperar). Los pacientes ya no serían espectadores pasivos, sino cuidadores, exploradores y co-creadores de un ecosistema. El jardín dejaría de ser “bonito” para convertirse en “fascinante”.

Piénsalo así: es la diferencia entre escuchar una melodía que te gusta y comprender cómo la armonía y el ritmo de esa melodía influyen en tu estado de ánimo. Ambas experiencias son valiosas, pero la segunda te empodera y te conecta a un nivel mucho más profundo.

En terapia hortícola y diseño de espacios salutogénicos es exactamente igual. Puedes trabajar solo con lo sensorial (el fenosistema), que ya es poderoso. O puedes diseñar la interacción con lo invisible (el criptosistema) para que la persona se sienta parte resiliente y activa de algo más grande.

Ahí es donde un simple jardín se convierte en un entorno terapéutico integral.


¿Te ha pasado de sentir esa conexión especial con algún lugar natural sin saber exactamente por qué?

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