¿Cuántas veces he escuchado “echo de menos mis plantas” o “tuve que dejar el jardín por mis rodillas”? Como terapeuta hortícola, mi respuesta es siempre la misma: la jardinería no tiene por qué ser un recuerdo. Es una actividad vital, una fuente de bienestar físico y mental que puede y debe acompañarnos toda la vida.
Porque la clave no está en la resignación, sino en la adaptación.
El jardín no nos exige perfección física, nos invita a ser creativos. Se trata de rediseñar nuestra relación con la tierra para que siga siendo una fuente de alegría y no de dolor o frustración. Basándome en mi experiencia, aquí te comparto algunas de las adaptaciones más efectivas que transforman la jardinería en una práctica verdaderamente inclusiva y para siempre.
- Eleva el jardín, no la tensión: La principal barrera suele ser el suelo. Agacharse o arrodillarse puede ser un desafío. Las camas de cultivo elevadas eliminan esta barrera, permitiendo cuidar de las plantas desde una silla o de pie. Protegemos nuestra espalda y articulaciones, y mantenemos la autonomía. ¿Poco espacio? Los jardines verticales no solo son estéticamente bellos, sino que llevan las plantas a una altura cómoda y accesible.
- Herramientas que trabajan para ti (y no al revés): El diseño ergonómico no es un lujo, es una necesidad. Las herramientas de mango largo nos dan alcance sin forzar la espalda. Los mangos ergonómicos y antideslizantes facilitan el agarre para manos con artritis o menos fuerza. Existen incluso herramientas ligeras y adaptadores que transforman las que ya tenemos. El objetivo es simple: que la herramienta sea una extensión cómoda de nuestro cuerpo.
- Elección de plantas adecuadas: Parte de la adaptación consiste en ser estratégicos. Optar por plantas de bajo mantenimiento, perennes o nativas de la región reduce la necesidad de tareas exigentes como la poda constante o el riego diario. Un jardín inteligente es aquel que florece con cuidados gentiles, permitiéndonos disfrutar más y esforzarnos menos.
- Adapta la técnica, no solo el entorno: La terapia ocupacional y la terapia hortícola nos enseñan a analizar el movimiento. ¿Por qué arrodillarse si podemos sentarnos en un taburete de jardín con ruedas? ¿Por qué cargar una pesada regadera si una manguera extensible y ligera puede hacer el trabajo? Se trata de conservar energía, proteger el cuerpo y realizar las tareas de forma segura y placentera.
La jardinería es mucho más que cultivar y cuidadar plantas. Es cultivar la paciencia, la atención plena y la conexión con la vida. Es un ejercicio terapéutico que nos mantiene activos, reduce el estrés y nos da un propósito tangible.
Nuestra labor como profesionales del diseño y la salud va más allá de la estructura y la función; consiste en ser facilitadores de estas conexiones profundas. La invitación no es solo a diseñar un jardín, sino a crear el escenario donde una persona pueda volver a encontrar un propósito tangible.
Pero para diseñar esa experiencia con verdadera empatía, quizás primero debamos recordarla nosotros mismos.
Por eso, hoy te invito también a ti. A que regreses al jardín, al balcón o la terraza en el día de hoy.
A conectar con las plantas.
A quitarte los guantes y sentir cómo se desliza la tierra entre tus dedos.
A mirar al cielo y ver cómo las aves fluyen en ese océano de aire.
Porque solo cuando conectamos con esa sensación visceral, comprendemos que adaptar un jardín es mucho más que un plano o una terapia. Es una declaración de intenciones: la de elegir, a través de nuestro trabajo, que todos puedan seguir creciendo, floreciendo y nutriendo su salud, a cualquier edad y con cualquier capacidad.
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