No todo es “color de rosas” decía mi abuela frente a situaciones o lugares que daban la impresión de perfectos, y creo que aquí estamos frente a un caso al que se aplica puesto que los jardines y las huertas tiene también un lado “B” que debemos considerar. La posibilidad de accidentes.
Como bien sabes, la jardinería y horticultura terapéutica representa una disciplina en crecimiento que combina los beneficios terapéuticos del contacto con la naturaleza con actividades profesionales que requieren especial atención en materia de seguridad laboral. Esta práctica, utilizada como herramienta interventiva en terapia ocupacional, se caracteriza por facilitar el desarrollo de habilidades en diferentes áreas del desempeño ocupacional, pero también expone a los trabajadores a riesgos específicos que requieren medidas preventivas especializadas.
Pero, ¿cuáles son esos riesgos que se esconden entre los surcos y los pétalos? No hablamos de amenazas abstractas, sino de situaciones muy concretas que merecen nuestra atención.
Pensemos en el día a día. El riesgo más evidente es el físico: un corte con una tijera de podar mal afilada, un tropiezo en una superficie irregular o una caída mientras se intenta alcanzar una rama alta. Son los accidentes que vemos, los que nos vienen primero a la mente.
Sin embargo, hay otros peligros más silenciosos, los que se instalan en el cuerpo sin hacer ruido. Son los riesgos ergonómicos. Imagina la espalda de un terapeuta o un trabajador inclinado durante horas, las rodillas en contacto constante con el suelo, o los movimientos repetitivos de la mano al desmalezar. Estas posturas forzadas y tareas monótonas pueden derivar en trastornos musculoesqueléticos, como lesiones en hombros, hernias discales o tendinitis, ese lado B que no se ve, pero que se siente profundamente.
Y si vamos más allá, nos encontramos con riesgos químicos y biológicos. La manipulación de productos fitosanitarios (por más que sean del tipo biológico) , aunque sea en pequeña escala, requiere un conocimiento y una protección rigurosos para evitar intoxicaciones o quemaduras.
Frente a este panorama, ¿debemos asustarnos y colgar los guantes? Todo lo contrario. Como decía mi abuela, saber es poder. Conocer estos riesgos no es un freno, sino el primer paso para construir entornos verdaderamente terapéuticos y seguros para todos: tanto para quienes reciben la terapia como para quienes la facilitan.
El éxito de un jardín inclusivo y terapéutico no reside solo en la belleza de sus plantas o en los beneficios que genera en sus usuarios. Reside en la capacidad de equilibrar esos objetivos terapéuticos con un compromiso inquebrantable con la seguridad laboral. Esto se logra con un diseño inteligente que contempla la accesibilidad universal y la seguridad desde el primer boceto , con una formación adecuada para el personal y con el uso correcto de los equipos de protección individual.
Al final del día, crear un jardín terapéutico es crear un santuario de bienestar. Y ese bienestar debe ser integral, debe cobijar también a las manos expertas y dedicadas que lo cuidan, lo guían y lo hacen posible. Porque un jardín que cuida de verdad, nos cuida a todos.
Este es un tema profundo y la conversación no tiene por qué terminar aquí. Si esta reflexión ha despertado tu interés y quieres seguir profundizando, te invito a dar el siguiente paso:
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