Intersección entre el envejecimiento, los espacios verdes y la accesibilidad universal en el diseño urbano

Hoy quiero compartir reflexiones inspiradas en un reciente análisis sobre el aporte de los espacios verdes públicos al envejecimiento demográfico, tomando como casos de estudio Santa Fe y Rafaela en Argentina.

Podría considerarse en cierta medida como una segunda parte del artículo de la semana pasada, pero enfocado en dos ciudades de mi país (dato curioso o de cotilla, en la primera nació mi padre).

Más allá de las cifras y otros datos que se presentan en la publicación que compartí con los suscriptores de mi boletín, lo que me resuena profundamente es cómo estos espacios impactan directamente en nuestra calidad de vida a medida que envejecemos, y la importancia clave de pensarlos desde la accesibilidad total (física, sensorial y cognitiva), y el neuropaisajismo.

El estudio confirma algo fundamental: la proximidad a un espacio verde hace una gran diferencia. No solo por cumplir estándares de metros cuadrados por habitante, sino porque estar cerca (idealmente a una distancia caminable de 300 metros, como sugieren organismos de salud) facilita que nuestros adultos mayores puedan acceder a ellos de forma autónoma. Esto es accesibilidad en acción, un pilar para mantener la independencia y fomentar la actividad.

Pero la influencia va mucho más allá del movimiento. Los espacios verdes públicos son entornos que nutren nuestros sentidos y nuestra mente. El contacto con la naturaleza, los sonidos, los colores, los aromas… todo esto tiene un impacto directo en nuestro bienestar cognitivo y emocional.

Aquí es donde entra el concepto de neuropaisajismo que vengo desarrollando, ¿cómo diseñamos estos espacios para que calmen el estrés, estimulen positivamente el cerebro y fomenten la conexión social, algo vital en todas las etapas de la vida?

El artículo analizado subraya que los parques y plazas contribuyen a reducir el estrés y mejorar la salud integral. Y si lees mis artículos de vez en cuando verás que me reitero en que esto no es casualidad; hay una base neurocientífica detrás de cómo la naturaleza restaura nuestra atención, reduce la rumiación mental y promueve estados de calma. Si integramos conscientemente estos principios en el diseño de las áreas verdes públicas, creando entornos sensorialmente amigables y cognitivamente beneficiosos, estaremos construyendo ciudades más saludables y amigables para todas las edades.

Un hallazgo importante es que, si bien hay una buena dotación de “verde urbano”, su distribución y, por ende, su accesibilidad, no siempre están alineadas con las zonas de mayor concentración de población adulta mayor. Este es un llamado a la acción para planificadores urbanos, arquitectos, paisajistas y gestores públicos: necesitamos crear más espacios verdes públicos que sean realmente accesibles (física, sensorial y cognitivamente) precisamente donde más se necesitan, y diseñarlos considerando su impacto en nuestro cerebro y bienestar.

Quiero envejecer en un entorno que facilita el acceso a la naturaleza, que estimula positivamente nuestros sentidos y que nos invita a conectar con otros porque son las claves para un envejecimiento activo y pleno. El estudio en las ciudades de Santa Fe y Rafaela nos da una base valiosa para seguir trabajando en esta dirección.

En otra oportunidad te contaré de la regla 3-30-300 (que dejé asomar en este artículo), y de cómo el “verde urbano” estratégicamente ubicado y correctamente mantenido ayuda a reducir el índice de violencia en las grandes ciudades como también el porcentaje de las afecciones cardiorrespiratorias gracias a un bonito arbolado público.

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